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Entinta

CONOCIENDO EL PÁRAMO
DE SUMAPAZ


EL PÁRAMO MÁS GRANDE DEL MUNDO

Es increíble que los bogotanos estemos a unas cuantas horas de un lugar como el Páramo de Sumapaz. El páramo más grande del mundo no sólo está a las afueras de la capital colombiana, sino que se encuentra casi dentro de sus límites urbanos.

Paisaje páramo sumapaz, frailejon flores amarillas en Colombia

Nuestro viaje a este lugar inició un domingo en la madrugada, con un buen desayuno para tener energías y una maleta y buenos zapatos para caminar. La verdad, los pasos previos a la llegada al páramo fueron los más lentos, porque entre frailejones no se siente el pasar de las horas.

Pero bueno, primero lo primero, después de llegar al punto de encuentro, pasamos a los protocolos de bioseguridad. Quién diría que el 2020 nos encerraría en nuestros hogares, y que en este año se sentiría como un recuerdo ver un paisaje lejano, la brisa fría o el caminar por largas distancias. Yo, con el deseo de salir de la ciudad, de ver un paisaje diferente al que percibo desde la ventana de mi casa, me subí a la van. 

Tras 30 minutos de trayecto, de ver por la ventana los paisajes cambiantes de Bogotá, empezamos a subir una montaña; aún nos encontrábamos en la localidad urbana, pero estábamos lejos del ladrillo y concreto bogotano. Llegamos a Padilla, la última zona urbana antes de llegar al páramo. Nos bajamos y una iglesia coronaba la Plaza central, buscamos en una tiendita un buen tinto y un pan rollito para el hambre. 

Después, subimos a la van y, ahora sí, estábamos a diez minutos del inicio de la caminata. Nos bajamos, hora de estirar, calentar un poco el cuerpo y lo más importante,  saludar al Páramo.

Habiendo saludado y pedido permiso, nos adentramos en la caminata. Primero, caminamos por 10 minutos por una carretera sin pavimentar, rodeada de lo que el guía nos comentó eran cultivos de papa, y luego, poco a poco empezamos a ver frailejones. Primero, vimos unos «frailejones bebés», unos cuantos dispersos en el espacio, pero de pronto más y más empezaron a aparecer en el paisaje. Y de ese punto en adelante se volverían en una constante, una constante difícil de acostumbrarse. Los frailejones son como animales arropados de páramo, tienen una capa casi de peluche que los recubre y los resguarda del frío.

Paisaje páramo sumapaz, frailejon flores amarillas en Colombia

Esta primera parte de la caminata, fue no sólo el primer encuentro con la vegetación del páramo, sino un tramo de contraste: una cerca dividía el territorio del páramo en el que estábamos con el terreno en el que la agricultura y la ganadería extensiva han cambiado la vegetación de este lugar.

Esta es una cerca que choca por la evidente diferencia de la vegetación y el paisaje; el guía nos contaba con un cierto tono de nostalgia, que para recuperar esos terrenos ahora ocupados podrían pasar unos 400 años. Todos frente a estos datos, asombrados e impotentes seguimos nuestro camino, camino de subida, en el que empezamos a acomodarnos a los charcos y a las piedras resbalosas. Luego, el Páramo se fue mostrando en su mayor potencia, nos encontramos con varios espejos de agua, seguimos subiendo, para llegar finalmente a un lugar para descansar y comer algo.

No puedo decir cuánto tiempo había pasado desde que nos bajamos de la van, algo raro sucede en el Páramo y es que pareciera que nos adentráramos a un tiempo distinto. En todo caso, lo importante fue la pausa, contemplar el paisaje, compartir las «onces», un rico brownie, maní y un banano.

Después de haber descansado y con algunas selfies guardadas en el celular, continuamos el camino. Seguimos subiendo, para llegar a un valle increíble, amplio, con aire fresco y rodeado de frailejones. Caminamos por este lugar inmenso en compañía de dos perros que venían de algún cultivo cercano. En su compañía, nos adentramos en el momento más increíble del trayecto. Llegamos a unas rocas, y desde ellas, muy abajo se veía una laguna, casi un círculo perfecto. En este punto, el guía con solemnidad nos contó que nos adentrábamos a un lugar sagrado Chibcha; volvimos a pedir permiso de entrada, y después, empezamos a bajar a la laguna que se veía lejana e inalcanzable.

Descendimos por un buen tiempo rodeados de frailejones hasta llegar a la laguna, donde paramos a almorzar. Cada quien sacó su sanduche, nos lo comimos, creo yo, con la satisfacción de haber llegado a un lugar mágico y como recompensa del esfuerzo físico. Luego solo fue descanso, dormir un poco y disfrutar del paisaje. Al rato el guía nos dijo que era hora de partir, todos recogimos nuestras cosas, las guardamos, y empezamos el ascenso. Ahora solo quedaba subir todo lo que habíamos bajado, todos llegamos aliviados y satisfechos a esta cima desde la cual la laguna se veía distante. Este fue el momento de las fotos y de despedir una última vez la laguna. 

Laguna en el páramo de sumapaz Colombia

En seguida comenzamos el camino devuelta. Pasamos por los lugares ya visitados, subimos y volvimos a bajar y sin darnos cuenta, ya estábamos llegando de nuevo a la carretera que nos había dado la bienvenida. Llegamos a donde empezamos, estiramos, un último adiós, y todos nos montamos a la van que nos devolvería a Bogotá. Ya solo quedó ver las fotografías tomadas en el día, recordar ese lugar mágico que dejamos atrás, y cambiar el paisaje de frailejones por los edificios y semáforos de la ciudad.

Persona en el páramo de sumapaz, colombia
Daniela Cifuentes

Daniela Cifuentes

Invitada a colaborar en el blog

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